El
sábado pasado, como cada día, salí a pasear después de haber realizado mis
rutinas diarias (acompañar a mi mascota a vaciar sus intestinos, acercarme a
recoger el pan nuestro de cada día, etc) todo
iba bien…, hasta que algo imprevisto
cambió de repente mis planes: apartarme un poco de la sociedad y escribir un
poco allí, sentado en las escaleras de hormigón
que están junto al río, donde confluyen las
aguas del río Bayas con las del Ebro, es decir, en las inmediaciones de las piscinas
municipales.
Pocos metros antes de llegar, a eso de las
once horas, me ha llamó la atención que
en mitad del camino se encontraban atravesados dos vehículos policiales, uno de
policía municipal y otro de la nacional. Al mismo tiempo que yo llegaron en un todo terreno y se bajaron dos personas de él y justo cuando me desvié para continuar por la senda que conduce hacia el lugar donde suelo
escribir. Tras saludarles con un hola,
buenos días: «Quieto ahí… no se puede pasar. ¡Por favor! Continúe su paseo por el camino», al girarme «Os tendréis que
hacer cargo del vehículo vosotros… del cuerpo tenemos que esperar a que venga
el juez y autorice el levantamiento» —dijo uno de los nacionales al más joven
de los que acababan de llegar en el 4x4.
Lo primero que pasó por mi cabeza tras ver
que entre la maleza se encontraba un vehículo junto al río, con las puertas
abiertas de par en par «Algo ha ocurrido aquí anoche». Continué unos veinte metros más y me senté en uno de
los bancos que hay bajo un cobertizo de madera que hay en el paraje y destinado para hacer un alto en el camino a quienes transitan diariamente el lugar.
Un cuarto de hora después, llego en silencio
una ambulancia, se bajaron el médico y el conductor y se dirigieron hacia donde se encontraba el vehículo. Cinco
minutos después regresaron junto a las autoridades y tras entregarles un papel, se introdujeron de nuevo en la
ambulancia y se marcharon sin más por el mismo lugar por donde estos habían
llegado. Poco después, el señor de más
edad, acompañado por un perrito negro se
ha acercó hasta el cobertizo y se sentó
en el cuarto banco, a unos diez metros
de mí; a continuación, tras un
largo suspiro, sacó un teléfono de uno
de los bolsillos y segundos después: «Es xxxxx…
se ha muerto xxxx» —dijo sin más, con
voz entrecortada y sin poder contener sus lágrimas.
Varias llamadas después, tras terminar la
conversación, el señor se levantó «aparentemente más sereno», y dirigió sus
pasos hacia donde se encontraban las
autoridades y al pasar junto a
mí:
—¡Perdone usted, buen hombre! No he podido evitar escuchar lo
que ha estado hablando, ¿es algún familiar el señor que ha fallecido?
—Es mi hermano —respondió sollozando.
—Le
acompaño en el sentimiento amigo —le
dije desde el banco.
—Gracias
majo.
—¿Qué edad tenía su hermano? —interrogué sin
poder controlar mi curiosidad.
—Ochenta y tres. ¿Quién le iba a decir a él
que iba a encontrar la muerte hoy?
—Perdón, ¿cómo dice?
—Ayer, antes de dormir, me comentó que hoy vendría a pasar la mañana pescando y no han pasado siquiera tres horas que ha salido de casa… Esas fueron sus últimas palabras para conmigo.
—Ayer, antes de dormir, me comentó que hoy vendría a pasar la mañana pescando y no han pasado siquiera tres horas que ha salido de casa… Esas fueron sus últimas palabras para conmigo.
Ante lo que presencié y escuché muy a mi
pesar, me sorprendió que no se pudiesen ni acercar los familiares hasta que
llegó, a eso de la una y veinte, el forense. El cual se tuvo que desplazar junto
a varios vehículos más desde la ciudad
de Burgos: «¿Pero cómo es posible que en una ciudad que ronda los treinta y nueve mil habitantes, no disponga de este servicio?» —me dije para mí mismo.
«Es vergonzoso que a día de hoy ocurran estas cosas, ¿acaso son más necesarias cubrir las plazas de tantos
concejales en los ayuntamientos? ¡Basta ya de recortar en las cosas
necesarias! ».
Srs. Políticos:
Si quieren
hacer algo productivo para que el país
salga adelante, recorten el número de
mandatarios, es decir, menos a
mandar y más a trabajar.
La creación de empleo es el único
camino para salir de esta luctuosa situación a la que nos ha conducido, su ineptitud como defensores del pueblo, a un gran
número de ciudadanos cuyo único medio de vida depende exclusivamente del trabajo».
© ®Francisco Izquierdo Herrero
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