sábado, 6 de septiembre de 2014

Al llegar a domicilio materno…



—¡Bienvenido al hogar cariño! —Tras despojarse ambos de la ropa de abrigo—: Me apetece darme una ducha, ¿me acompañas, mi amor? —susurró Teresa, al oído con voz melosa después de un largo y apasionado beso.
   —Qué cosas tienes, mi niña ¡Cómo no voy a queré! Ya sabes que: contigo  me voy hasta el fin del mundo...
   —Cariño, allí al fondo, a la derecha, está el baño.

   Teresa se dirigió hasta la cocina y, tras comprobar que el calentador estaba encendido, regresó junto a Antonio. Se despojaron de toda la indumentaria y, mientras llegaba el agua caliente hasta el dispositivo con forma de teléfono, se abrazaron y besaron con ardor…, después de introducirse ambos bajo el cálido líquido y enjabonarse, llevados por el deseo hicieron el amor con frenesí. Percibiendo en cada segundo como sus cuerpos se fundían en uno solo al penetrar la pasión a través de sus dilatados poros…, concibiendo como sus corazones latían exaltadamente, entre jadeo y jadeo, al compás hasta que juntos alcanzaron el clímax. Después, durante unos minutos, se quedaron abrazados, inmóviles, exhaustos y recostados sobre la pared, mirándose con ternura y satisfacción, hasta que: bajo el chorro de agua recobraron el aliento y el ritmo cardíaco.  Tras salir de la bañera caminaron desnudos y abrazados hasta una de las habitaciones, se vistieron con ropa cómoda y regresaron a la cocina con la intención de reponer el desgaste energético empleado en aquel  apasionante encuentro. Después de cenar, tras fumarse un par de cigarrillos, decidieron sentarse en un cómodo sofá frente al televisor. Y, por espacio de dos de horas, siguieron atentamente la programación televisiva, entre besos, arrumacos y carantoñas, hasta que vencidos por el cansancio decidieron irse a dormir.

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