—¡Bienvenido al hogar cariño! —Tras despojarse
ambos de la ropa de abrigo—: Me apetece darme una ducha, ¿me acompañas, mi
amor? —susurró Teresa, al oído con voz melosa después de un largo y apasionado
beso.
—Qué cosas tienes, mi niña ¡Cómo no
voy a queré! Ya sabes que: contigo me voy hasta el fin del mundo...
—Cariño, allí al fondo, a la derecha,
está el baño.
Teresa se dirigió hasta la cocina y,
tras comprobar que el calentador estaba encendido, regresó junto a Antonio. Se
despojaron de toda la indumentaria y, mientras llegaba el agua caliente hasta
el dispositivo con forma de teléfono, se abrazaron y besaron con ardor…,
después de introducirse ambos bajo el cálido líquido y enjabonarse, llevados
por el deseo hicieron el amor con frenesí. Percibiendo en cada segundo como sus
cuerpos se fundían en uno solo al penetrar la pasión a través de sus dilatados
poros…, concibiendo como sus corazones latían exaltadamente, entre jadeo y
jadeo, al compás hasta que juntos alcanzaron el clímax. Después, durante unos
minutos, se quedaron abrazados, inmóviles, exhaustos y recostados sobre la
pared, mirándose con ternura y satisfacción, hasta que: bajo el chorro de agua
recobraron el aliento y el ritmo cardíaco. Tras salir de la bañera caminaron
desnudos y abrazados hasta una de las habitaciones, se vistieron con ropa
cómoda y regresaron a la cocina con la intención de reponer el desgaste
energético empleado en aquel apasionante
encuentro. Después de cenar, tras fumarse un par de cigarrillos, decidieron
sentarse en un cómodo sofá frente al televisor. Y, por espacio de dos de horas,
siguieron atentamente la programación televisiva, entre besos, arrumacos y
carantoñas, hasta que vencidos por el cansancio decidieron irse a dormir.
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