domingo, 21 de septiembre de 2014

El primer amor de Antonio Hinojal Sánchez se llamaba y llama Rocio



Rocío era  una chica agraciada de tez blanca y curtida por el sol, de  unos trece años. Sus largos y negros cabellos solía llevarlos recogidos en dos cuidadas y voluminosas coletas,  laterales; sobre su pequeña y estrecha frente  destacaba el corte recto de un tupido flequillo; sus grandes, verdes y vivaces ojos estaban circundados por unas llamativas, largas y rizadas pestañas; sobre su pequeña, redondeada y recta nariz así como en sus pómulos, estaban esparcidas unas diminutas y graciosas pecas; tanto en sus  encarnadas mejillas como en las comisuras de los labios era visible alguna que otra  desagradable espinilla.  Era  bastante alta,  y delgada como una tarma. Sobre sus extenuados y largos brazos  se podían observar restos de calcomanías  que habían comenzado a degradarse por el efecto del transcurso del tiempo y las continuas zambullidas acuáticas; sobre su muñeca derecha portaba una  colorida pulsera cuadrada, que ella misma había confeccionado con unas finas, redondas y huecas tiras de plástico. Rocío era también una chica risueña, amable y de buen trato, aunque a veces se mostraba  obstinada. El resto de chiquillos, además de verla como una buena amiga, generosa y cariñosa, también eran conscientes de los signos que evidenciaban la transformación física por la que estaba atravesando.

© ®Francisco Izquierdo Herrero

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