Es
curioso que haya tantas maneras de celebrar lo mismo y de tan diferentes
formas, aunque entiendo que todo está encaminado a fomentar el consumismo.
Ahora es conocido como Halloween y consiste entre otras cosas en festejar
por todo lo alto incluido la
forma de vestir, pues las personas que participan se disfrazan haciendo que
las cosas relacionadas con la muerte adquieran un tono
humorístico. Todo va dirigido a la comercialización de trajes, artículos
festivos y flores para según ellos: rendir
culto a los difuntos.
Lo americano vende mucho y los comerciantes
enseguida convierten todas las costumbres en obligaciones con el único afán
recaudatorio y del propio beneficio personal…
Otra forma consiste en la oferta de flores y
adornos para acompañar esos días los difuntos y engalanar los cementerios,
llenándose esos días de todo tipo de personas, unos para que les vean que se
acuerdan de sus familiares fallecidos, llevándoles esos días las mejores flores
y, sin embargo, durante el resto del año no aparecen por allí…
Aquí donde resido ahora, además, en las
pastelerías hacen huesitos de santos: es evidente cual es la intención, en
fin, allá cada cual con su vida y forma
de vivirla: al fin y al cabo, es su problema.
Pero si hay algo que detesto por encima de
cualquier cosa, con respecto a este tema es el hecho de que durante esos días
los alrededores de los cementerios se conviertan en un mercadillo, ya que
fomentan incluso el robo de las flores.
Recuerdo con nostalgia aquellos días de
difuntos en mi infancia, donde todo consistía en que los adultos acudían el día
anterior a adecentar el cementerio, poner lindas flores, acompañar durante unas
horas a sus difuntos y por la tarde convertirlo en una reunión de familiares,
vecinos y amigos en plena naturaleza, ya que nosotros vivíamos a las afueras de
la ciudad y a partir de nuestras casas todo era terreno adehesado donde
abundaban las retamas, tomillares, cantuesos y lavandas.
Mientras que los adultos se afanaban en
preparar una fogata a base de retamas y tomillos, los muchachos nos dedicábamos
a jugar y, cuando el fuego se convertía en ascuas, echaban las castañas, allí llamadas calbotes, se asaban
y, luego, estas eran arropadas
durante unos minutos con ramas de lavandas: eso hacía que se ablandasen y
aromatizasen al mismo tiempo.
Aún recuerdo su delicioso sabor, la unión
que había entre los vecinos y amigos, al
final se hacía una merienda-cena en compañía de niños y adultos. Donde, entre
otras cosas, nos hacían comprender lo importante que eran los amigos y los
vecinos: había tal unión que parecíamos una gran familia. Eso, hoy en día, por
desgracia se ha perdido: ahora solo interesa el individualismo y el interés económico.
La verdad es que prefiero seguir recordando
el día de los difuntos como cuando era niño y, estos días, recuerdo con inmenso cariño a aquellos que
formaron parte de mi vida y que hoy son difuntos. Aunque, realmente, ellos me
acompañan siempre en mi corazón y pensamiento.
«Va
por ellos este escrito, en el que expreso mis sentimientos y desacuerdos con respecto a la celebración del día de Todos los Santos».